Llegó muy ilusionada de vuelta a casa, y yo como siempre apenas le di importancia.
Se había hecho un cambio en eso para lo que ella siempre fue tan atrevida. Vino corriendo a mostrármelo para que le diese mi opinión; y yo como siempre apenas mire, apenas hice comentarios al respecto y continué con lo que estaba haciendo como si de nada se tratase.
No paraba de verse al espejo y preguntar cómo le quedaba.
La verdad es que le sentaba bastante bien, reflejaba casi al 90% lo que es su personalidad. Tal vez el sentir eso fue lo que más me sorprendió incluso a mí misma. Pero yo apenas dije nada. Tal vez sea que me cueste hacer ese tipo de comentarios tan estúpidos a veces, que generalmente son sólo lo que la otra persona quiere oír.Tal vez sea ese uno de los motivos del silencio que tantas veces me inunda; a pesar de que preferiría ser capaz de hacer ese tipo de comentarios de forma totalmente natural, ya que a veces son necesarios para la otra persona. Pero no siempre soy capaz de hacerlo. Soy víctima del reflejo del cansancio del día a día, de los madrugones tras las noches en vela, del ruido de la ciudad, de las horas muertas, de la lluvia, del viento, del sol, de la claridad que me ciega: factores que me afectan y me vuelven tan fría como mis manos o la punta de la nariz en un frío invierno.