Mi propia amiga
Abrí la puerta:
La música sonaba, la luz estaba encendida y la persiana bajada. Era temprano; pero ya demasiado tarde.
Me quedé perpleja cuando la vi tirada sobre la cama, así, sin más, encojida, abrazada a una manta, temblando mientras un par de frías lágrimas mojaban el cojín en el que se acomodaba su perfil izquierdo.
La observé detenidamente, durante los minutos que tardaron en repetirse consecutivamente las tres canciones que creaban la atmósfera de aquella situación.
Sus ojos estaban ya rojos de llorar lágrimas negras. El aire era tan frío que mis pies no fueron capaces de adelantarse ni un paso más para poder llegar a junto de ella.
Ayer lo habíamos pasado muy bien: volvimos a cometer las mejores de nuestras hazañas, disfrutamos de la velocidad y nos adentramos en la sala de al lado de la última vez. Ella quería pasarlo bien sin necesidad de sus pensamientos, pero me temo que mezcló demasiados elementos que le impidieron hacerlo.
El regreso fue todavía más rápido.
Y hoy la he visto. Y era todo tan distinto a ayer... Hoy había desertado para volver a encontrarse con el desorden que él había causado en ella.